En la sociedad mayormente se critica a la gente que actúa distinto, que tiene un comportamiento en particular, en fin, que es diferente al parámetro impuesto. Ante dicha gente se interpone una idea prejudicial, se la toma como “rara”, se la discrimina. ¿Les parece justo, entonces, dejar de lado a alguien únicamente por ser auténtico? Pues así es como esa gente, que en realidad no hace más que ser como es, sin dar importancia a las ideologías tradicionales y limitantes de la sociedad, queda en una situación ajena a la nuestra. Queda entonces como extranjera. Así es como analizaremos el efecto de condena y victimización que causa la sociedad debido a la máxima expresión de la propia voluntad del ser humano.
Muchos autores han escogido este tema como base de la expresión más íntima de sus personajes. En “El extranjero” de Albert Camus, se narra la trágica historia de un hombre, Meursault, que por mostrarse y actuar simplemente de la manera en cómo es él, es duramente juzgado por la sociedad y acusado, al margen del crimen que cometió, por su forma tan desinteresada e indiferente de ser. Para gozar con un mejor entendimiento del fondo de este trabajo, creo conveniente conocer primero un significado general de la palabra voluntad. Según la Real Academia Española, dicho concepto encierra la elección de algo sin precepto o impulso externo que a ello obligue. Entonces, se puede comprender por voluntad a la capacidad de tomar una decisión deliberadamente, sin que haya influencia alguna en ella.
En la obra, Meursault es un hombre que hace uso completo de su voluntad, sin pensar en las consecuencias que este acto podría tener en él como rebote del rechazo de la sociedad. Él es simple y sincero con sus intenciones, no ve por qué ocultarlas. Pero justamente por esta forma tan libre de actuar es que la sociedad lo condena, como ya mencioné en el párrafo anterior. Entonces se puede decir que en el libro se refleja a la sociedad como limitadora de la libertad humana. Si uno es libre, está condenado. ¿Pero, qué es la sociedad? Por lo que conocemos, la sociedad es un grupo de personas que se encuentran relacionadas por compartir los mismos rasgos culturales, es decir tradiciones, costumbres, formas, etc. Éstos son ciertos parámetros, que conducen todos al cumplimiento de metas en común. Por esta razón es que esta misma se convierte en un instante determinado en una muralla para las aspiraciones personales, y, en consecuencia, para la propia libertad. En el caso de Meursault, éstos no tienen efecto alguno en su vida cotidiana en un comienzo, hasta el momento en que la honesta forma de ejercer su voluntad lo traiciona. Mayormente la sociedad no espera tanta honestidad, supone cierto esfuerzo de conseguir lo conveniente. “(…) Me preguntó si podía decir que aquel día había dominado mis sentimientos naturales. Le dije: “No, porque es falso”. (…)”, entonces podemos afirmar esta reacción refleja que se aguarda de alguien “normal”, el intentar tapar la culpa con pretextos convenientes. “(…) Me miró de forma extraña como si le inspirase un poco de repugnancia. (…), y volvemos a caer en la cuenta de la repulsión de la sociedad hacia tan honesta posición. Estamos acostumbrados a que la sociedad tenga ciertas expectativas de nosotros, con respecto a nuestra actitud, nuestra conducta, nuestras metas, nuestros logros. Y es por eso que también seguimos el camino impuesto, limitado por parámetros. Porque de lo contrario decepcionaríamos a los demás, a los que esperan determinado comportamiento. Y naturalmente no es lo que queremos, decepcionar no es nuestra más anhelada meta. Y para no experimentar un sentimiento de exclusión, esperamos una aceptación, para sentirnos parte del todo y no extranjero.
Pero no somos capaces de romper los esquemas, no nos atrevemos a arriesgarnos. Es que tal vez somos algo cobardes y débiles para soportar lo que después se nos vendría encima: la discriminación. No sobrellevaríamos el miedo a cortar las expectativas, pues, de cierto modo, vivimos de ellas, necesitamos de ellas. Pero… ¿por qué necesitamos vivir de los pensamientos ajenos? Lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a eso, se parece a una base que nos sostiene, que nos impulsa a perseverar. Y, al final, si no logramos satisfacernos a nosotros mismos, al menos habremos satisfecho al resto, y ganaremos un pequeño reconocimiento. Es por eso que Meursault, al no necesitar de ninguna de estas situaciones, es extranjero a nuestra realidad.
Pero lamentablemente es de esta manera como dejamos de lado nuestros sueños más íntimos. Nos sentimos tan presionados por las expectativas del resto, que la mayoría de veces éstas llegan a cegarnos y tapar con un velo de humo nuestros verdaderos deseos, impidiéndonos siquiera reconocerlos. ¿Por qué nos urge saber sobre la vida de los demás, y estamos pendientes de ella, si cuando en realidad por la que nos deberíamos de preocupar es por la nuestra? ¿No sería mejor evitar formar expectativas sobre otros, para que así cada uno pueda formar las propias?
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